Las dos fotos que aquí tenéis no son nada del otro mundo (aunque no me desagradan), pero tras su inocua apariencia se esconde una historia. Dos días atrás, mientras efectuaba en solitario un bucle corriendo a pie en una zona no lejana al pueblo en la que la nieve ya se había derretido me llevé una buena sorpresa. Justo alcanzaba el punto alto del recorrido y me disponía a iniciar el descenso por el serpentino sendero, que en ese tramo discurre por un bonito bosque mixto, que un cataclismo de ramas rotas y arbustos aplastados como el que haría una excavadora fuera de control, me dio un susto de miedo. Inmediatamente supe que la probabilidad era alta de que el causante de tal estropicio fuese un plántigrado acabado de despertar de su siesta invernal. Los ciervos se mueven con más delicadeza y los pumas son fantasmas incorpóreos. Picado por la curiosidad y porqué la anticipación de un encuentro con un oso siempre me excita, me dirigí con cuidado hacía el lugar de dónde creía que el ruido se había originado. Pero nada de nada, todo había vuelto a la tranquilidad... hasta que, proveniente de por encima de cabeza alcanzé a oír un gruñido y un rascar de zarpas sobre madera. Levanté la cabeza y allí arriba, subido 5 metros en el tronco de un viejo abeto estaba un oso enorme como un refrigerador tamaño familiar, despatarrado y vulnerable mientras abrazaba el árbol con toda su ingente fuerza. Me echó una mirada bestial y un tanto incómoda y en aquél momento decidí salir piernas para que os quiero. En parte porqué no quería humillarle mas, en parte porqué si se caía, no podía imaginar lo que haría un bicho así de grande, herido y con su amor propio hecho añicos. Así que le dejé en paz.
Claro que mas tarde, y por mas que intenté no comerme el coco, mi persona fotográfica no paraba de pensar en la oportunidad perdida de sacarle foto a un oso que hacía cuatro como yo, abierto de piernas en lo alto de un abeto. Aunque sabia que esa oportunidad no podría repetirse así como así, al día siguiente salí, cámara encima, a hacer una excursión por los mismos andurriales. Hacía una tarde de perros, se había puesto a nevar con unos copos grandes como codornices y hacía frío, y por supuesto ni rastro de ningún bicho, pero disfruté del silencio y la belleza del bosque bajo el inclemente temporal de primavera. Lo siento no tengo fotos de osos que enseñaros, solo estas fotos del majestuoso entorno en el que viven.
Claro que mas tarde, y por mas que intenté no comerme el coco, mi persona fotográfica no paraba de pensar en la oportunidad perdida de sacarle foto a un oso que hacía cuatro como yo, abierto de piernas en lo alto de un abeto. Aunque sabia que esa oportunidad no podría repetirse así como así, al día siguiente salí, cámara encima, a hacer una excursión por los mismos andurriales. Hacía una tarde de perros, se había puesto a nevar con unos copos grandes como codornices y hacía frío, y por supuesto ni rastro de ningún bicho, pero disfruté del silencio y la belleza del bosque bajo el inclemente temporal de primavera. Lo siento no tengo fotos de osos que enseñaros, solo estas fotos del majestuoso entorno en el que viven.
La meva gran il•lusió és poder trobar-me un ós a la muntanya. No he tingut aquesta sort, només n'he trobat alguna petjada. La reacció crec que seria la mateixa que la teva, fugir ben ràpid, però no sé si la fotografia seria més forta que la meva por.
ResponderEliminarHace poco una amiga hizo una foto muy curiosa cerca de los Picos de Europa en Cantabria. Y era una mirada atras del camino nevado donde se veian las huellas de su bicicleta, paralelas a las de un corzo y estas a su vez a las de un oso.
ResponderEliminarTiene que ser una sensación única cruzarte con un animal salvaje así.