30 octubre 2011

Al Borde del Invierno

Ya llevo una semana y media aquí en Crested Butte y las cosas están así:

Hiela un montón de noche, hasta los -9C y hasta 13ºC bajo cero pero por media mañana día las cosas se hacen soportables y hasta agradables. Un par de borrascas de otoño han dejado bastante nieve por arriba y ya tengo a varios colegas que han esquiado aúnque en unas condiciones que según ellos mismos pueden calificarse entre "regular y malas". En cambio en la solana de los valles solo una capada helada de nieve persiste en los árboles y los caminos todavía están de maravilla para ir en bici o correr. Esta mañana he salido en bici enlazando senderos por las zonas inferiores que rodean el pueblo y me lo he pasado pipa. Si sales temprano y vas bien abrigado las condiciones son idóneas. La tierra todavía está helada y cruje bajo las cubiertas y cuando entras en el bosque ruedas sobre un poco de nieve helada que permite una conducción casi normal. Son unas condiciones que a mi me encantan por lo poco usuales (y a veces emocionantes) y porqué existe una tranquilidad y una diafanidad del aire inigualables. También me gusta porqué existe esa intriga constante de "cuál será el último día". Tanto la bici como el correr a pie tienen los días contados y uno sale con la vivacidad e intención de la ardilla que colecta nueces para el invierno.

Ayer sábado nos reunimos un montón de colegas del club de esquí de fondo local y juntos montamos los puentes necesarios en diversos puntos que hay en la red de pistas para que la maquina pisanieves y esquiadores puedan cruzar el curso del río. Es una tarea dura y pesada (menos mal que hizo un día radiante) que solo es posible gracia al afán comunitario que aquí tenemos. Los puentes son de "quita y pon" pues las regulaciones ambientales de la zona no permiten la construcción fija de tales estructuras. Nuestro principal incentivo es saber que nuestro trabajo pronto nos permitirá disfrutar de uno de los circuitos de esquí de fondo mas bien paridos del estado de Colorado.

La bici de montaña está sentenciada

Puentes para un invierno sin limites.

Cada una de esas tablas de madera prensada pesa un huevo y medio.

Y Voilá, ya tenemos puente! (ahora solo faltan 4 más)


29 octubre 2011

Crónicas transcontinentales: un guiri de las Rocosas en los Pirineos.



Hola a todos! Vale, por fin he superado los múltiples obstáculos (técnicos y de tiempo) que me han impedido una mas pronta puesta al día del blog y aquí estoy listo para hacer un poco de resumen de mis vacaciones en el  “homeland”  mediterráneo. A rasgos generales fueron todo un éxito, tanto a nivel familiar (por fin conocí a Maia, mi recién salida del horno “nieta-sobrina”) como a nivel de actividad deportivo-lúdica, gastronómica, y de “reconexión” con viejas y queridas amistades. Por denominador común, todo ello estuvo dominado por un sol deslumbrante e irreprimible que desafió todas las pautas climáticas que corresponden a ésa época del año (seguro que vosotros también disfrutasteis plenamente de ello). Para ahorrar la piel de mis dedos y vuestro tiempo en esta entrada solo os hablo un poco de mis días en los Pirineos.

Salí andando por el GR11 desde Puigcerdá, desde la tienda “Top Bikes” del eterno colega Josep Puig el día 29 de septiembre. Fiel a mi hándicap organizativo no tenia una ruta pre-determinada, ni tampoco un tiempo establecido. Solo sabía que quería correr y andar como un animal salvaje por las montañas de mi adolescencia y de paso visitar a algunas de las amistades que tengo desperdigadas por la cordillera. Para mí aquello iba a ser un viaje “deportivo-sentimental” a través de la encabritada topografía pirenaica y de las brumas del pasado.

Porqué quería sentirme libre como el viento, decidí llevar todo lo necesario para mi supervivencia en las montañas en un camelbak “Hawg”. Allí no cabía saco de dormir, ni colchoneta, ni hogazas de pan de payés. Solo en el primer día aprendí mis limitaciones rápidamente cuando llegué al refugio libre de Engorgs, situado a 2300m en los confines occidentales de la Cerdanya. Pasé la noche del loro enroscado en unas mantas que tenían vida propia de lo sucias que estaban y la cena consistió de un powerbar (tenía dos mas para llegar hasta Encamp, en Andorra al día siguiente) y un puñado de almendras. Esa fue mi única noche de refugio, y en los 7 días siguientes me esforcé en llegar a algún pueblo para pasar la noche.

A veces corría. De esa manera en que se corre cuando se lleva peso en la espalda y la verticalidad del terreno no da tregua: encorvado de espaldas, manteniendo una aguda flexión en las rodillas, no muy rápido. Me sentía mas como un pastor con algo de prisas en alcanzar su rebaño que no un corredor de ultras. A veces andaba. Mas que nada para escanear toda la belleza que me rodeaba. Las ondulaciones ocres de hierba castigada por la sequía y las heladas nocturnas. Las múltiples capas de sombras montañosas que a modo de espaldas de dragón superpuestas se pierden en la distancia. El lago que como un espejismo alpino, te sorprende con su flamante imposibilidad. Las figuras jorobadas de los buitres leonados brincando por los prados como brujas en plena danza macabra.  La sombra fugaz del venado. Las mil texturas silenciosas del canchal…

Encuentros con amigos. En Andorra Joan i Lluisa. En Tavascan Araceli, Manel, Blanca, Salva, Pepito… en Llavorsí, Montse. En Viella, Gloria. Intimidades fugaces. Chispeantes reminiscencias. La sensación de querer mas, pero también de creer que lo mejor es dejarlo así. Como un dulce postre sin cena. 

Mi día mas duro: el que me llevó de Arans, en el andorrano valle de Ordino a Areu en la Vall Ferrera. Senderos castigadores. Ríos de piedras blancas (Vall Ferrera). Profundos bosques de abetos. Lagos bárbaros. Pies baldados. Gran cerveza en la terraza del hostal de Areu. Mi día preferido: De Montgarri a Sentain (Ariege francesa), saltando por la cumbre del Mauberme. Grandes paisajes vacios de humanidad. Soledad. Vistas infinitas. Rampas herbosas de verticalidad pavorosa en la cara este de Mauberme. Profundos valles y maduros hayedos en la vertiente francesa.

Mi llegada a Viella, al 8º día, coincidió con el único episodio de mal tiempo. Ya me vino bien para recuperar el cuerpo y gozar de los lujos de la civilización. Allí pasé un par de días visitando a mi sobrina, corriendo sin mochila, devorando tapas y crosanes con insaciable afán, hasta que afortunadamente mi amigo Jordi Laparra vino a mi rescate y se me llevó a hacer un par de días de ruta mochilera por el dominio granítico-lacustre de Aigües Tortes.

Las fotos que aquí podéis ver son un mejunje de mi paso por las montañas que tan queridas me son. Todas están hechas con la compacta, ya me hubiera gustado tener la DSLR pero no hubiese razonable llevarla encima.

Salud y hasta pronto!