26 abril 2012

Sesión en Hartman's Rocks

Dos días atrás hice una sesión fotográfica en la zona de Gunnison conocida como "Hartman's Rocks" con el duo dinámico de Brian y Jenny Smith y estas son algunas de las imágenes que salieron. Es una de mis zonas favoritas de todo el planeta para hacer mtb. La extensa red de senderos (buena parte de ellos diseñados por Dave Wiens) que navegan está semi-árida altiplanicie son de lo mas ridículamente divertido que hay. Tramos técnicos sobre placas graníticas se suceden en perfecta harmonía con senderos finos y sedosos como las plumas de un colibrí recién nacido. Enebros  retorcidos, monolitos de piedra y páramos desolados con el telón de fondo de la cordillera de las Elk Mountains conforman un paisaje dramático en plan Oeste profundo. En fin, dejo que las fotos hablen por si solas:






20 abril 2012

Encuentros Bestiales

Las dos fotos que aquí tenéis no son nada del otro mundo (aunque no me desagradan), pero tras su inocua apariencia se esconde una historia. Dos días atrás, mientras efectuaba en solitario un bucle corriendo a pie en una zona no lejana al pueblo en la que la nieve ya se había derretido me llevé una buena sorpresa. Justo alcanzaba el punto alto del recorrido y me disponía a iniciar el descenso por el serpentino sendero, que en ese tramo discurre por un bonito bosque mixto, que un cataclismo de ramas rotas y arbustos aplastados como el que haría una excavadora fuera de control, me dio un susto de miedo. Inmediatamente supe que la probabilidad era alta de que el causante de tal estropicio fuese un plántigrado acabado de despertar de su siesta invernal. Los ciervos se mueven con más delicadeza y los pumas son fantasmas incorpóreos. Picado por la curiosidad y porqué la anticipación de un encuentro con un oso siempre me excita, me dirigí con cuidado hacía el lugar de dónde creía que el ruido se había originado. Pero nada de nada, todo había vuelto a la tranquilidad... hasta que, proveniente de por encima de cabeza alcanzé a oír un gruñido y un rascar de zarpas sobre madera. Levanté la cabeza y allí arriba, subido 5 metros en el tronco de un viejo abeto estaba un oso enorme como un refrigerador tamaño familiar, despatarrado y vulnerable mientras abrazaba el árbol con toda su ingente fuerza. Me echó una mirada bestial y un tanto incómoda y en aquél momento decidí salir piernas para que os quiero. En parte porqué no quería humillarle mas, en parte porqué si se caía, no podía imaginar lo que haría un bicho así de grande, herido y con su amor propio hecho añicos. Así que le dejé en paz.

Claro que mas tarde, y por mas que intenté no comerme el coco, mi persona fotográfica no paraba de pensar en la oportunidad perdida de sacarle foto a un oso que hacía cuatro como yo, abierto de piernas en lo alto de un abeto. Aunque sabia que esa oportunidad no podría repetirse así como así, al día siguiente salí, cámara encima, a hacer una excursión por los mismos andurriales. Hacía una tarde de perros, se había puesto a nevar con unos copos grandes como codornices y hacía frío, y por supuesto ni rastro de ningún bicho, pero disfruté del silencio y la belleza del bosque bajo el inclemente temporal de primavera. Lo siento no tengo fotos de osos que enseñaros, solo estas fotos del majestuoso entorno en el que viven.



16 abril 2012

En el Dark Canyon de Utah


Pocas primaveras pasan sin que Karen y yo nos vayamos a pasar unas "vacas", por cortas que estas sean,  al desierto. "Desierto" es una denominación demasiado genérica e imprecisa para definir este curtido pedazo de la corteza terrestre en el que mesetas, macizos montañosos, cañones y áridas llanuras componen una de las mas dramáticas coreografías del planeta.  Nuestras visitas periódicas a este mundo es uno de los rituales más queridos en nuestras vidas y siempre intentamos aprovecharlo procurando visitar rincones para nosotros todavía desconocidos. A veces buscamos zonas "ciclables", como lo son Moab, Fruita, Sedona y muchas más, pero con mas frecuencia preferimos hacerlo a pata porqué en realidad es la única manera de adentrarnos a las profundidades mas remotas y dejar bien atrás los tentáculos de la civilización.   

Ésta vez nos decidimos a visitar la zona del Dark Canyon de Utah, un cañón que se origina en la vertiente oeste de las Abajo Mountains (al sur de Moab) y que se extiende y ramifica, cual venas de un ser milenario, hasta desembocar en las aguas del rio Colorado allá por la zona baja del mítico Cataract Canyon, cerca de Lake Powell.  Durante cinco noches y seis días seguimos el curso de este serpenteante cañòn, pasando noche en tres campamentos diferentes para poder explorar algunas de sus ramas y como no, también tener tiempo para hacer relax. El Dark Canyon nos hechizó por muchas razones, pero principalmente por la constante presencia de agua, por sus idílicos "oasis" de cottonwood (álamo americano) y la variedad de sus retorcidos paisajes. Literalmente a cada vuelta del cañón nos encontrábamos con pozas perfectas en las que zambullirnos y la combinación y contrastes de infinitas formas y estratos geológicos con el incipiente verde de la vegetación primaveral y el agua era un constante éxtasis sensorial.  

Una tarde, mientras buscábamos sitio dónde acampar en un recodo del rio flanqueado por impresionantes paredones, Karen encontró una serie de petroglifos cincelados en una placa de roca pulida a unos 6 metros, justo por encima de la línea de riadas del cauce. Los símbolos, habían un par de animales, unos triángulos y un par de formas humanoides, podían haber pasado perfectamente desapercibidos, pero este encuentro desencadenó una vez más esa sensación de misterio y a la vez de curiosidad acerca de las civilizaciones perdidas que durante milenios habían vivido aquí y que te transportan a tiempos inmemoriables.  

Al cuarto día, el tiempo, hasta entonces cálido y apacible hizo un cambio brusco y nos sorprendió con una tanda de vientos potentísimos y un bajón de temperatura considerable. Las peores ventadas nos sorprendieron mientras estábamos de excursión en unos de los cañones laterales y su virulencia fue tal, que teníamos que buscar refugio en los salientes de roca para evitar el ser acribillados por las piedras que el viento desprendía de las partes superiores del cañón. Cuando llegamos al campamento, no nos sorprendió en absoluto comprobar que nuestra tienda, junto con sacos de dormir y todo, había sido arrancada de sus anclajes y nos la encontramos (por suerte) a unos 100m enganchada en unos arbustos. No sufrió grandes desperfectos, pero esa noche el viento continuó y los dos pasamos la noche del loro preocupados por la posible caída de piedras. 

Ahora estamos de nuevo en Crested Butte, hay un palmo de nieve en el balcón, hace frío y está nevando... pero no importa, nuestras memorias de prístinas pozas de agua, y el verde de los álamos contra la roca de los cañones son todavía frescas.